Desde CLARET GRANADA vamos a empezar a darle más importancia (aún) a los cumpleaños de nuestros/as residentes… y es que, en la vida en general y en un centro residencial en particular no sabemos cuándo puede ser el último…
Hoy, 8 de Septiembre ha cumplido años uno de nuestros residentes más longevos (99 años) y su familia quiso regalarle este gracioso detalle, además de su compañía y una tarta de chocolate, del cual no se ha separado ni para ir a la misa del domingo!
¡Muchas felicidades caballero!
Queremos compartir con vosotros/as un texto muy bonito, que da lugar a una profunda reflexión. (http://www.sonri3.com/)
A mis veinte, he aprendido que los grandes placeres de la vida se esconden en las pequeñas cosas. Que no es más rico el que más tiene, sino el que vive más intenso. Que lo de menos es morir y lo único que importa es cómo vivas. Que las cosas no son lo que valen sino lo que significan.
A mis veinte he aprendido que los mejores días nunca se planean, que un día no es más especial por ser tu cumpleaños y que puedes disfrutar aunque no sea verano. He aprendido que los viajes son inolvidables no tanto por el dónde sino por el con quién.
He aprendido también que hay quien sabe hacerlo todo nuevo. Que el primer amor no es a quien primero besaste, sino por quien hiciste cosas que jamás podrás olvidar y nunca imaginaste.
A mis veinte he aprendido que las personas que no son capaces de vivir y simplemente sobreviven, son las que sin querer más lecciones de vida dan. Aunque tristemente también he aprendido que jamás se las aplicarán.
He aprendido que se puede vivir pasando por debajo de las escaleras un martes y 13, porque sólo nosotros nos complicamos la vida con tonterias.
A mis veintiuno cada día me importan menos las banderas y que ahora son más altas las fronteras y se está muriendo todavía más gente de hambre.
Que cada día me da más miedo pensar en cómo y quién mueve el mundo. Que el día que deje de creer en que lo mueve el amor, el que muera sea yo.
A mis siete aprendí que la muerte vive en nuestra calle, y cualquier día te trae el desayuno a la cama. Desde entonces dejé de creerme eterno y aprendí a valorar cada segundo que la vida me regala. Porque solo tú puedes decidir qué hacer con el tiempo que se te ha dado. Que si algo no te sale de lo más profundo de tu ser, no lo hagas. Que si no te enamora, no lo hagas. Di siempre lo que piensas, y en temas de amor no pienses, hazlo.
Gracias al “sal y mójate” de mi madre, he aprendido que la vida son tres días y el que llueve es el que más disfrutas si aprendes a bailar bajo la lluvia. He aprendido que asumimos tontamente que una madre sabe lo que la queremos, y no nos damos cuenta que es mejor decir lo que sientes por alguien que dejar que lo imagine. Que su mejor herencia ha sido darme alas pero dejar que aprendiese sólo a volar con ellas.
He aprendido que el odio y la envidia no valen para nada. Los golpes menos, porque bastantes nos da la vida como para dárnoslos entre nosotros. Que hay un Dios que cada uno llama de una manera, y los que más me lo han enseñado son quienes de él reniegan.
He aprendido que si a veces corres peligro, es porque estás viviendo. Que no se trata de ser el más fuerte, el más guapo o el más rápido; se trata de ser tú mismo.
Que hay batallas tan frías que parecen imposibles de ganar, pero cada uno elegimos las batallas en las que queremos morir; y lo imposible, lo extremadamente difícil de conseguir, es sin duda la mejor batalla donde dejarse la vida. ¿Qué mejor infierno para quemarse que en el de tus brazos?
Nunca olvides que todo empieza dando un paso. Aunque te encuentres derrotado, merece la pena el camino no abandonar. Porque si algo he aprendido a mis veinte, es que cueste lo que cueste, la vida es simplemente eso… caminar.