Desde los Departamentos de Psicología y Trabajo Social de la Residencia Claret Granada se llevó a cabo durante el mes de diciembre una nueva iniciativa, en la que pedimos a los familiares de nuestras personas residentes que nos hicieran llegar una pequeña historia de sus vidas para así hacerles un pequeño homenaje a cada una de ellas, sobre su vida, esa que algunas veces les cuesta recordar...
Hoy es el turno de una de nuestras queridas residentes, Isabel. Ella es una de nuestras personas especiales, una de nuestras heroínas. Su querida sobrina nos ha hecho llegar esta maravillosa historia para que sea compartida con todo su cariño y amor.
Gracias Isabel por enseñarnos tanto.
LA TITA ISABEL
Mi tía Isabel nació en una familia numerosa de seis hermanos: Consuelo (falleció a los 30 años de edad), Máximo, Encarnación, Antonio, Isabel y Ángeles, sus padres, mis abuelos eran Consuelo y Máximo, vivían en Benalúa de las Villas, un pueblo que pertenece a la comarca de los Montes de la provincia de Granada, ella vino al mundo un nueve de julio del año 1930.
Los primeros recuerdos que tengo de mi tía Isabel, son a partir de finales de los años cincuenta, la familia se había trasladado a Cenes de La Vega a un gran Cortijo como administradores y en el que vivían junto con mis abuelos los hermanos solteros, los tres menores. Todas las vacaciones y todos los fines de semana los pasaba junto con mis padres y mi hermano en ese fabuloso cortijo que todavía existe, mi padre ayudaba a mis tíos y mi madre Encarna confeccionaba toda la ropa para sus hermanos.
La vida rural en la mitad del siglo pasado estaba muy organizada al menos en este tipo de cortijo tenía gran extensión de terreno con cultivos variados, olivos, cereales, vid, regadío y todo tipo de animales domésticos en gran cantidad, gallinas, pavos, cabras, vacas, cerdos, era una gran explotación agrícola en las que trabajaban varias personas, además de la familia y que se autoabastecían.
En este contexto las imágenes que tengo de mi tía Isabel es verla trabajando siempre y muchas horas al día, poco habladora, hacía el pan una vez a la semana, ella amasaba con mucha fuerza en una artesa de madera casi un saco de harina, le daba forma a los panes, los metía en el horno, alguna vez nos hacía tortas. También hacía el queso cuándo era la época y lo mismo prensaba con sus manos unos quesos grandes. En las tareas del campo intervenía en la recogida de la aceituna, de los garbanzos, pero la imagen que yo tengo más grabada es la de verla regresar casi de noche durante los veranos de regar la hortaliza, mi abuela y mis tíos se enfadaban mucho con ella por esperar a la noche para regresar a casa, no tenía miedo, era libre.
Las tareas domésticas no eran su fuerte, se ocupaba de las más duras, acarrear el agua, lavar la ropa en la fuente, blanquear la casa y demás dependencias, pero las labores típicamente femeninas cocinar, coser, bordar, planchar, etc. nunca ocuparon su tiempo, ni tampoco las diversiones propias de su edad y de la época, pasear con las amigas o con su hermana menor Ángeles, detestaba las verbenas y las fiestas, no podían hablarle de pretendientes ni novios se enfadaba, recuerdo las regañinas de mi abuela y su hermana para que acudiera a esos eventos, ella se negaba en rotundo.
A mediados de los años 60 mi abuelo había fallecido, mi tío Antonio contrajo matrimonio y se quedaron solas mi abuela con las dos hijas menores, Isabel y Ángeles, cambiaron de vida se compraron una casa y marcharon a vivir al pueblo a Cenes de la Vega. De esa época a Isabel nunca le ha gustado hablar, para ella fue un cambio radical de la libertad del campo a la vida enclaustrada de un pueblo, pienso que no era feliz y mi madre Encarna, que siempre la protegió mucho, se dio cuenta que algo no iba bien y tras reunirse con su madre y hermanos propuso que Isabel se viniera a Granada a vivir con nosotros, exactamente no recuerdo como sucedió lo cierto es que al final se trasladaron a Granada mi abuela y mis dos tías a un piso junto al nuestro, mi madre siempre se ocupó de ellas y sobre todo de mi tía Isabel.
A partir del traslado a Granada ya con los treinta cumplidos, mi madre le consiguió un trabajo como camarera de planta en el hospital Ruiz de Alda, hoy Virgen de las Nieves, esta etapa es de las más felices de su vida, dado que ella era una trabajadora incansable, puntual, obediente, las monjas que entonces eran las que se ocupaban del hospital le tenían un gran aprecio y reconocimiento, la recuerdo alegre.
Mis padres se mudaron a un piso muy luminoso y espacioso por la Plaza Menorca y justo el de abajo lo ocupo la tita Isabel, allí ha vivido cincuenta años, hasta el mes de mayo de 2018 que pasó a vivir en la residencia Claret.
Su día a día era muy monótono, se levantaba a las 6 de la mañana y cogía el primer autobús, nunca llegó tarde al trabajo y creo que tuvo dos bajas en toda su vida laboral, la comida la hacía en casa de mi madre, al igual que la cena y le encantaba ayudarle a repartir pedidos ya que era distribuidora de productos basados en el Áloe. En los noventa aproximadamente, privatizaron el mantenimiento del hospital y a ella la ubicaron en el hospital de Traumatología, en la lavandería y en esa ocupación se jubiló después de treinta años de trabajo, era muy apreciada por sus compañeras y jefas, nunca causaba problemas, ni participaba en rencillas, ella iba a su aire.
Su mundo afectivo giraba en torno a su hermana Encarna, en casa ha sido siempre una más, mis hermanos Antonio y José Pedro, mi padre y por supuesto mi madre siempre la hemos tenido en cuenta para todo, como un miembro más de nuestra familia. Los niños pequeños no le han llamado mucho la atención pero ha sido cariñosa y sensible en con sus sobrinos nietos, Pedro, Rosa, Paco y Elena. Ella es madrina de mi hija Elena y siempre ha tenido una relación especial con su ahijada y sus pequeños Mariana y Rafael que la han visitado varias veces en la residencia, se alegra mucho cuando los ve. A mis hermanos Antonio y José Pedro también los ha tratado mucho y con cariño. Otra persona especial para ella es Mari Ángeles hija de su hermana Ángeles, ya fallecida, y los dos hijos de esta David y Mario. Otra sobrina que ha tratado desde pequeña Ana y su hermano Leonardo.
Los dos años y medio últimos de la vida de mi madre, vivió con un alto grado de dependencia y a Isabel se le rompieron muchos esquemas, la persona que siempre la había cuidado y protegido ya no podía hacerlo, en cierto modo ocupé un poco su lugar. En su mundo me confunde unas veces soy su hermana, otras su madre, pero cuando habla de “nuestra madre” siempre se refiere a “su Encarna”. Para todos nosotros ella es “la tita Isabel” y para mi es una persona muy especial en mi vida.